Mis primeros vaqueros (piel de quita y pon)

1850 Anuncio de vaqueros Levi Strauss - 1919 Victoria Federica.

1850 Anuncio de vaqueros Levi Strauss – 1919 Victoria Federica.

Acabo de ver la imagen de una nieta del rey emérito con unos vaqueros largos que parecían diseñados, y seguramente tuneados, para exhibir la pierna al completo salvo una tira de tejido a mitad de muslo. Probablemente han costado una fortuna y no precisamente por su eficacia en proteger de la inclemencia climática, sino porque aseguran a su portadora ser el centro de atención y exhibirse estilosa y envidiable allá donde vaya. Y es que la vestimenta, esa segunda piel de quita y pon que, después de tantos siglos de perfeccionamiento y hasta refinamiento, ahora es para muchos vehículo de exhibición, un medio de llamar la atención. Irremediablemente recordé mis primeros vaqueros.

En el Valle de Laciana no nos distinguíamos precisamente por nuestro atildamiento en el vestir. Alguno había con más posibles que quizá les permitían ser algo más elegantes como Raúl el de El Barato o Román el de la zapatería, que no parecían del pueblo por cómo vestían. Los demás éramos de vestimenta anodina y poco llamativa, sin colores estridentes ya que las madres preferían los tonos oscuros, “más sufridos” decían, más compatibles con el uso diario y casi único de la misma ropa durante semanas, solo interrumpida brevemente por el domingo o por el cambio estacional cuando llegaba el invierno o el verano. Jerséis de lana tejidos en casa y pantalones que las propias madres confeccionaban o encargaban a una costurera amiga. Además de la ropa de los domingos, así considerada solamente porque era más nueva, solíamos tener al uso un solo pantalón y un par de jerséis, de forma que cada uno teníamos nuestro uniforme habitual por el que se nos podía reconocer desde lejos sin riesgo a equivocarse.

Pero algo comenzó a cambiar al final de la década de los cincuenta del siglo pasado y que alteraría casi todo, incluso nuestro anodino modo de vestir. Empezamos a oír hablar de una moda en el vestir, de los pantalones vaqueros. Hasta entonces la mayor prueba de profesionalidad de modistas y sastres era que no se notasen las puntadas de las prendas que confeccionaban y, de repente, llegaron los pantalones vaqueros haciendo ostentación de sus costuras. Más que ostentación, las costuras eran consecuencia de su rudimentaria elaboración, originariamente como prendas de trabajo para granjeros y mineros donde primaba la resistencia y durabilidad, con costuras recias rematadas en su terminación por remaches metálicos, hasta el punto que la publicidad y etiquetas de los Levi Strauss mostraban cómo dos caballos tiraban en sentido opuesto de un pantalón sin conseguir romperlo. Entonces los pantalones vaqueros debían ser de importación y no recuerdo que abundaran en Villablino aunque si recuerdo especialmente a Pepín Vaquero que los llevaba habitualmente.

Que el tejido original de algodón azul jaspeado de blanco no fuera fácil de obtener, no fue óbice para que los avispados fabricantes hispanos pusieran en el mercado algún sucedáneo con el que colmar las apetencias de los primeros tontos afectados por la moda. En vez de la recia y azulada de los blue jeans, mis primeros vaqueros fueron de tela negra muy fina que bien podrían haberse hecho con tela excedente de la confección de vestidos de señora mayor o delantales, de ese tejido que cuando se desgasta es muy propenso a romperse en forma de siete al más mínimo enganchón y con unas costuras blancas que resaltaban más que tiza en pizarra de escuela. Por si acaso no quedaba claro que aquel engendro de tela negra eran unos vaqueros, tenían un par de remaches en los bolsillos que no eran los de cobre genuinos sino los típicos y reconocibles de los cinturones y tirantes de cuero. No quitaban el frío y las perneras eran tan anchas como los pantalones ordinarios, de forma que al caminar la tela ondeaba al viento y pasé de bolsos amplios donde cabían peonzas, canicas, cromos y todo tipo de achiperres a unos bolsillos donde a duras penas entraban las manos, pero yo fui uno de los tontos felices porque tenía unos vaqueros que ponerme. Hasta que los reiterados sietes en las rodillas y en la culera hicieron imposible su disimulo a pesar de los concienzudos repasos a que los sometía mi madre.

No recuerdo haber tenido vergüenza por mis luctuosos pantalones vaqueros, pero hoy me cruje el intelecto al intentar recordarme con un jersey de lana gruesa con tiras verticales de aquellos ochos tan barrocos que nuestras madres dibujaban alternando sabiamente puntos del derecho y del revés, holgados vaqueros negros con llamativas costuras blancas y calzado con cualquier cosa. Nadie medianamente avisado habría intentado compararme por mi indumentaria con Beau Brummell, un dandy inglés cuya obsesión por la elegancia le llevó a la indigencia según conocimos en el cine por aquella época, sino más bien considerarme un pringadillo o, directamente, un hortera, términos aún no acuñados entonces. Hagan un esfuerzo e imagínenlo.

Era la época en que la ropa podía ser humilde y poco agraciada, pero siempre debía llevarse sin rotos ni descosidos. Jamás una madre de entonces habría dejado a su hija salir con un roto y menos alardeando de ello como Victoria Federica, a la que el pie de foto califica de muy moderna y súper molona. No cabe duda que el mundo ha cambiado muy deprisa y no sé si para mejor si exhibirse con rotos en los pantalones se considera signo de distinción. Cuántos zurcidos se habrían ahorrado nuestras madres si los rotos que casi surgían espontáneamente en nuestros pantalones se hubieran considerado modernos y molones.

Tras muchos años vistiendo ropa casi tan oscura como mis primeros vaqueros, he sido capaz de ponerme ropa de tonos más alegres llegando incluso a atreverme con un niqui color pistacho. Y aún más. Los últimos pantalones cortos con los que me he sentido a gusto son unos Springfield que me regalaron mis hijos allá por 1998. Luego a las tiendas empezaron a llegar pantalones de bolsillos por todas partes, con diseños y tejidos novedosos con los que me veía extraño. Total, que estoy alargando tanto la vida de mis Springfield que lucen casi como los de Victoria Federica, con gran vergüenza de mi familia aunque solo me los ponga durante el verano, lejos de la gente que me conoce. Y no sé qué imagen es más deplorable, si la actual con los rotos y desflecados Springfield o la de mis apócrifos pantalones vaqueros combinados con los jerséis de lana de entonces. Una cosa está clara, nunca supe acompasarme a las modas y jamás se me podrá considerar un influencer, aunque últimamente mi look se aproxime al súper moderno y molón de Victoria Federica. Algo no va bien si la realeza abandona sus oropeles y yo convivo con mis rotos. A la vejez, viruelas.

Imágenes tomadas de: guioteca.com, glamour.es/Getty Images

(Seguramente, las cosas sucedieron casi tal como las recuerdo. De las sensaciones no tengo duda.)

EGªCalzada
Autor: Emilio García de la Calzada

7 pensamientos en “Mis primeros vaqueros (piel de quita y pon)

  1. Totalmente de acuerdo contigo. Yo recibía muchos pantalones de un chaval donde trabajaba mi abuela. Después los heredaban mis hermanos. Cuando por desgracia (que era muy a menudo,) se me hacía un «siete» y mi madre lo zurcía, pasaba auténtica vergüenza de salir a cale de esa forma. Y hoy se paga tres veces más por unos pantalones,cada vez más rotos. ¿Qué nos está pasando?

  2. Alegría por encontrarte de nuevo. Aunque leí otra entrada anterior no pude escribir por problemas «técnicos» de mi móvil, de baratillo como los viejos vaqueros negros que mencionas en esta entrada. Yo también los usé, idénticos a los descritos, allá por 1957 creo recordar y sobre los que no tengo más que ratificar tus comentarios. Ahora no soy de pantalón corto, problemillas de piel seca.
    El pasado sábado tuve ocasión de charlar un gran rato con otro «recordador de memorias», Gregorio Campelo, aunque el lo hace a través de Facebook, y también hablamos de tí, de tus comentarios, de tus vivencias, muy agradable charla.
    Cordiales saludos.

    • Hola Higinio. Alegría la mía cuando alguno confirmáis las cosas que recuerdo, porque muchas veces llego a desconfiar de mi memoria y no estoy seguro al cien por cien de que lo que digo no sea una fantasía. Aquellos pantalones no sé si me los compraron en el comercio de Gurdiel (lo más probables si fuimos más de uno los portadores) o los confeccionó una costurera. Gregorio es otro de los apreciados comentaristas. Saludos.

  3. Queridos amigos. Placer me causa encontraros. Y comprobar que hablais bien de mi….¡¡¡agradecido¡¡¡. Inspirado escrito el tuyo, como siempre. Tan intimista y superdetallista. ¡¡Te admiro¡¡¡¡. No recuerdo los vaqueros en Villablino. Quizá es porque no llegué a ellos, no sé. Pero tampoco recuerdo otras cosas, por lo que me quedo en la duda. Todo lo demás, lo firmo.. Saludos muy cordiales.

  4. Hola Emilio:
    No recuerdo cuando vestí mis primeros vaqueros, sin embargo, lo que recuerdo con toda claridad es que nunca los vestí mientras viví en Villager. Toda la ropa que mi padre y yo vestíamos nos la confeccionaba: ”SASTRERÍA FERNÁNDEZ”. Cuando en el año 69 me fui a estudiar a León, en mi maleta tampoco encontré vaquero alguno. Terminé la carrera y tampoco había estrenado tejanos. Luego, ya en Madrid, si que recuerdo haber adquirido en aquellas rebajas: “Compre 2 y pague 1”, en varias ocasiones, pantalones pero no llego a recordar si alguno de ellos era vaquero, seguramente lo sería. La verdad es que nunca tuve ningún interés por la moda. Cuando mi hijo compró los primeros tejanos rotos, recordé las caricias de mi madre por dibujar un hermoso 7 en los pantalones de asistir a la Academia.
    Un saludo.

    • Hola Eulogio. Aquellos sietes eran rotundos, en ángulo recto y casi sin remedio. Supongo que tendría que ver con el desgaste intenso a que sometíamos a la ropa. De haber estado la moda actual de los rotos, nos habríamos ahorrado bastantes broncas y las caricias maternales que mencionas. Saludos.

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