Los cuentos que me contaron (de lobos y cabritines)

En mitad del siglo veinte, tan pronto anochecía en Sosas del Cumbral al igual que en otros muchos pueblos de la montaña leonesa, aparecían los faroles de aceite o los candiles de carburo a cuya luz mortecina se cenaba y transcurría una corta sobremesa hasta la hora de ir a la cama. La sombra que los muebles y las personas proyectábamos se deformaban según se movía, merced a las corrientes de aire que penetraban dentro del farol, la llamita que flotaba en el aceite. El humo del farol que surgía de la mecha, espeso y de un negro intenso, ascendía en volutas hacia el techo oscureciendo un poco más las vigas y tablas, ya de color café. En aquel ambiente de luces y sombras deformadas, surgían los cuentos que nos contaban a los críos de cuatro o cinco años mis abuelos y tíos para entretenernos.

Algunos eran extremadamente violentos, como el de El tío Celedonio, que se ensañaba con el lobo, la raposina (la zorra) y el oso, que le habían pedido su casa para hacer una fiesta. Porque casi todos los cuentos estaban protagonizados por animales domésticos y sus depredadores naturales en aquellos lugares, el lobo y la raposina principalmente, que hablaban y actuaban como si fueran personas. El rol de cada uno se correspondía con la personalidad que se le atribuía en la vida real, la raposina muy lista y el lobo voraz pero tonto. El lobo de por allí tenía incluso nombre propio, era el lobo Xiam.

Eran cuentos que no nos cansábamos de oír y continuamente pedíamos a los mayores que nos los volvieran a contar. El cuento era siempre el mismo, pero cada cuenta cuentos introducía alguna variante y su forma de contarlo era diferente, por lo que el encanto se mantenía vez tras vez. Nuestros corazones se encogían ante las peripecias de todos los animales con el malvado lobo, hasta que al final, si el cuento acababa bien, suspirábamos aliviados.

Pero casi siempre nos íbamos para la cama, guiados por una persona mayor que portaba el farol mientras nosotros levantábamos los pies con cuidado y llevábamos un brazo adelantado para evitar tropezones, con un cierto regustillo de miedo, pues sabíamos que tanto el lobo como la raposina estarían rondando en aquellos momentos por las peñas de cerca de casa de los abuelos. Con la habitación totalmente a oscuras, no nos dormíamos de inmediato pues seguíamos inquietos rememorando como el lobo iba contando «uno«, «dos«, “tres” ….. cada vez que engullía entero un cabritín, mientras a través de las tablas del piso nos llegaba el rumor del rezo del Rosario de los que se habían quedado en la cocina.

Creo que los cuentos que oíamos a una hora tan inoportuna, tenían algo que ver con la incontinencia nocturna que nos aquejaba a toda la gente menuda y que dejaba los colchones asolados por nuestras meadas, al intentar huir en sueños del lobo feroz. Lo que no era óbice para que a la noche siguiente pidiéramos, un tanto morbosamente, que nos volvieran a repetir los mismos cuentos en medio de aquel ambiente tan sugerente de sombras cambiantes.

Las últimas horas de sueño eran más sosegadas y reparadoras y la llegada del día era un bálsamo para nuestras amedrantadas mentes infantiles. Superada la hora del desayuno y los más o menos cariñosos reproches sobre nuestro descuido nocturno, se abría un paréntesis con menos sobresalto. Los ruidos familiares, que se transmitían en el aire calmo del pueblo con una claridad como luego no he vuelto a percibir en ningún otro sitio, dibujaban un escenario distinto al vivido por la noche. El rumor del río al otro lado del camino, el relincho cercano del caballo de don Restituto, ruido del cacharrear en las cocinas, algún mugido o balido en las cuadras próximas, traquetear de madreñas en los empedrados de corrales y cuadras, golpes de hacha cortando leña para cocinar, ruidos de azada en las linares de la entrada del pueblo y las voces dirigidas al ganado, nos llegaban con completa nitidez desde todas las partes del pueblo. Todo parecía estar de nuevo en orden, lo que permitía distraer la tensión y que entráramos poco a poco en los juegos propios de nuestra edad. A nuestro alrededor evolucionaba tranquilizador el perro de los abuelos y la anochecida, que de nuevo llegaría con cuentos de lobos y raposinas que exigiríamos a los cuenta cuentos familiares, quedaba todavía muy lejos y nuestros corazones tendrían tiempo para sosegarse y así poder afrontar las emociones de cada noche.

En el post El lobo, se cuentan otras historias reales sobre el lobo que tambien nos relataban los mayores y que contribuían a exacerbabar nuestro temor a la bestia y cómo esta, finalmente, se cruzó en mi vida.

Transcribo a continuación algunos de los cuentos que me contaron, tal como yo los recordaba y ayudado por mi madre que me los ha recontado. No incluyo el de El tío Celedonio, que era el que más nos gustaba, por las razones indicadas más arriba.

La oveja Pedorrera

Érase una vez una oveja, a la que llamaban Pedorrera porque cuando caminaba se tiraba pedos, que había tenido varios corderines hacía pocos días. Como tenía que darles de mamar, no se había ido al monte con las demás ovejas y estaba pastando en un prado cerca de la cuadra, rodeada de sus pequeños.

Al cabo de un rato de estar pastando, se acercó el lobo y le dijo

Oveja, me voy a comer a tus corderines

Espérate un rato a que yo coma un poco más de hierba y así les podré dar de mamar y estarán más gordos y tiernos cuando te los comas – le contestó la oveja, intentando ganar tiempo por si se le ocurría alguna treta para engañar al lobo

De acuerdo. – le dijo el lobo que era muy feroz pero un poco tonto – Me echaré a dormir un rato. Cuando me despierte me los comeré.

Y dicho y hecho, se puso a dormir al solecito de la mañana. Estaba tan a gusto pensando en el banquete que se iba a pegar, que al poco rato roncaba sonoramente. Cuando la oveja oyó como roncaba, les dijo a los corderines en voz baja

Correr, correr sin hacer ruido y vamos a encerrarnos en la cuadra para que el lobo no pueda comeros.

Empezaron todos a correr hacía la cuadra intentando no hacer ruido, pero con tan mala suerte que uno de los corderines tropezó con la cancela del prado. El lobo se despertó y echó a correr detrás de la oveja que iba la última. Cuando estaba el lobo a punto de alcanzarles, la oveja pudo cerrar la puerta de la cuadra en las mismas narices del lobo. Muerta de miedo, casi sin fuerzas y apoyándose en la puerta por dentro, suspiró la oveja

Desde que soy oveja Pedorrera, nunca me pegué tal carrera – aludiendo al apuro que acababa de pasar para salvar a sus corderines.

Desde que soy corderín murcio, nunca me llevé tal escamurcio – decía el corderín más chico que había llegado, como sus hermanos, con el corazón fuera de la boca.

Desde que soy lobo cano, nunca me pegué tal carrera en vano – decía el lobo apoyándose también en la puerta y todo desconsolado por la ocasión perdida de darse un banquete a costa de los corderines.

El lobo se fue con el rabo entre las piernas y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

El lobo y los cerditos

Estaba una cerda con sus cinco cerditos al lado del molino de la Maiserina a la salida del pueblo, cuando vino el lobo y le dijo

Tus cerditos están muy gordos y me los voy a comer, pues tengo mucha hambre.

Ay señor Lobo, no me importaría que se los comiese si estuvieran bautizados. Pero no lo están y si usted se los come, se irán al Infierno con Pedro Botero. – contestó la cerda para ver si el lobo se apiadaba de ella.

No me importa que se vayan al Infierno. Tengo mucha hambre y me los voy a comer ahora mismo – contestó el lobo ansioso.

Se me ocurre una idea, señor Lobo. – dijo la cerda intentando ganar tiempo – Si me ayuda a bautizarlos en la presa del molino, a continuación, podrá comérselos.

Está bien – contestó el lobo impaciente – dime que tengo que hacer.

Póngase aquí por donde la presa entra en el molino y yo le alcanzaré los cerditos uno a uno. Usted les mete la cabeza en el agua y me los devuelve. Cuando estén todos bautizados, se los podrá comer. – Le dijo la cerda.

El lobo se puso donde el agua entraba en la canal del molino, con una pata a cada lado de la presa y fue metiendo en el agua la cabeza de los cerditos que le pasaba la cerda, que los volvía a recoger y los posaba en el suelo. Cuando el lobo le devolvía al quinto cerdito bautizado, la cerda le dio un tremendo emburrión (empujón) con el hocico y el lobo se cayó por la canal hasta el rodezno, que giraba por el empuje del agua y empezó a darle golpes por todo el cuerpo. El lobo gritaba

Para rodín, para rodón que no quiero más cerdos non. – mientras intentaba protegerse contra los golpetazos del rodezno.

Pero el rodezno no se detenía y seguía y seguía golpeando al lobo hasta que lo mató. Los cerditos saltaban de alegría alrededor de su madre que había sido tan lista y vivieron felices por mucho tiempo.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Los siete cabritines

Vivían en su casa una cabra y sus siete cabritines. Todos los días la cabra daba de desayunar a sus cabritines antes de irse a comer al campo, para tener leche con que poder alimentarles. Cuando se iba, les decía

No abráis a nadie la puerta, que el lobo anda rondando por aquí. Yo os enseñaré la pata por debajo de la puerta, para que sepáis que soy yo y entonces me abrís. – Dicho esto, cerraba la puerta y se iba.

Un lobo que andaba por allí cerca, sabía cuáles eran las costumbres de la cabra y se le ocurrió hacerse pasar por la cabra y comerse a los cabritines. Se acercó a la puerta de la casa y les dijo fingiendo ser la cabra

Abrirme hijos míos, que soy vuestra madre y estoy aterida de frío.

Los cabritines se dieron cuenta de que no era la voz de su madre y contestaron al lobo

No, tú no eres nuestra madre. Nuestra madre tiene la voz más clara. Tú eres el lobo y nos quieres comer – y no le abrieron la puerta.

El lobo todo corrido, se fue hasta una casa del pueblo donde sabía que había gallinas y robó media docena de huevos que se comió para que se le aclarase la voz. Volvió a la casa de los cabritines y les dijo con la voz muy parecida a la de la cabra

Abrirme hijos míos, que soy vuestra madre y estoy aterida de frío.

Los cabritines ya iban a abrirle la puerta, cuando el más pequeño que era el más listo, le dijo al lobo

Enséñanos primero la pata por debajo de la puerta

El lobo les enseñó su pataza negra y peluda y los cabritines se pusieron a gritar llenos de miedo porque habían estado a punto de abrirle la puerta.

No, tú no eres nuestra madre. Nuestra madre tiene la pata muy blanca. Tú eres el lobo y nos quieres comer – y no le abrieron la puerta.

El lobo, hambriento por la tardanza en comerse a los cabritines, se fue hasta otra casa del pueblo y se untó la pata con harina que pudo robar de la cocina vieja. Volvió a la casa de los cabritines y les dijo con la voz tan parecida a la de la cabra como pudo

Abrirme hijos míos, que soy vuestra madre y estoy aterida de frío.

Los cabritines, escarmentados de la vez anterior, le dijeron

Enséñanos primero la pata por debajo de la puerta

El lobo les enseñó la pata untada de harina, y los cabritines le abrieron la puerta convencidos de que era su madre que venía a darles de mamar. Cuando vieron que era el lobo, corrieron a esconderse por todos los rincones de la casa. El lobo entró en la casa y fue mirando por todos los sitios y, cuando encontraba un cabritín, se lo comía entero de un solo bocado pues eran muy chiquititos y tenía un hambre feroz. Por cada cabritín que se comía, contaba “Uno”, “Dos” y así hasta “Seis”. Siguió buscando por toda la casa porque sabía que eran siete y le faltaba uno por comer. Pero el más pequeño, que ya hemos dicho que era muy listo, se había escondido en la caja del reloj y no le pudo encontrar. Después de mucho tiempo buscándolo, decidió que ya era hora de marcharse, que ya se lo comería otro día y se fue.

El cabritín más pequeño, que además de listo era valiente, salió de su escondite y vio que el lobo se tumbaba debajo de un chopo, al lado del río, para dormir una buena siesta, como correspondía después de la comilona que se había pegado a costa de los cabritines. Cuando llegó su madre, la vio por la ventana y salió corriendo a decirle lo que había pasado con sus hermanos y señaló donde estaba el lobo durmiendo. La cabra se puso muy nerviosa, pero se le ocurrió una idea y le dijo al cabritín

Busca en el costurero las tijeras, aguja y un carrete de hilo, y tráemelo

El cabritín hizo lo que le decía su madre y los dos juntos se fueron a donde estaba el lobo, que seguía profundamente dormido mientras los cabritines saltaban dentro de su barriga. Con mucho cuidado, la cabra le corto la barriga a todo lo largo y salieron los cabritines saltando de alegría. La cabra les hizo la señal de que se callaran para que el lobo no se despertase y les dijo en voz baja

Coger cada uno una piedra de la orilla del río y traérmela deprisa antes de que el lobo se despierte.

Le metieron las piedras en la barriga, en lugar de los cabritines, y la cabra cosió la barriga y se alejaron donde el lobo no pudiera verles cuando se despertara. Al cabo del rato, el lobo se despertó y desperezándose dijo

¡Uf, parece que en vez de cabritines he comido piedras! ¡Me arde el estómago, como si los cabritines fueran de barro! Voy al río a beber algo de agua a ver si se me calma este ardor.

Se acercó al río y se agachó para beber un gran sorbo de agua. En ese momento, las piedras que tenía en la barriga se le echaron para adelante e hicieron que el lobo se cayera de cabeza al río. Aunque sabía nadar, estuvo chapoteando un rato, pero se hundía cada vez más hasta que se hundió del todo y al cabo de un poco se ahogó.

Los cabritines, entretanto, bailaban de alegría mientras cantaban

Gori, gori, gori, que el lobo muerto está

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Arriba cabrinas, arriba

Una mujer necesitaba un pastor para que llevara sus cabras al monte y fue a buscarlo a la plaza del pueblo. Con tan mala suerte que al único que se encontró fue al lobo disfrazado de pastor. Lo contrató, le llevó a casa, le dio de desayunar, le dijo por donde tenía que llevar a las cabras y que le acompañaría una perrita que estaba acostumbrada a cuidarlas.

Se fue el lobo con la perrita y las cabras. La perrita olfateaba algo raro y se dio cuenta que el pastor no era tal, que se trataba del lobo. El lobo, que quería comerse unas cuantas cabritas, las animaba a subir monte arriba para que no le vieran desde el pueblo, diciéndoles

Arriba, cabrinas, arriba, a beber agua fría

No subáis, no, que os comerá el lobo – les decía la perrita

¡Cállate perrita o te corto una patita! – le amenazaba el lobo, y seguía animando a las cabras – Arriba, cabrinas, arriba, a beber agua fría

No subáis, no, que os comerá el lobo – insistía la perrita

Y así hasta que el lobo sacó la navaja y le cortó una pata a la perrita, que ya no pudo seguir y se volvió poco a poco para el pueblo. El lobo, cuando creyó que estaba bien lejos, se comió a todas las cabras menos a una. Para que la dueña no se diera cuenta al volver al pueblo que volvía sin todo el rebaño, le puso todas las cencerras a la única cabra que quedaba, con lo que el ruido era el de todos los días y se volvió para el pueblo.

¿Están todas las cabras? – le preguntó la señora al lobo disfrazado de pastor. Y como este le respondió afirmativamente, le dijo – Pues baja a la cuadra y ordéñalas

El lobo bajó a la cuadra y como no había cabras que ordeñar, llenó el caldero con el pis del burro que en ese momento estaba orinando. Mientras el lobo estaba en la cuadra, llegó la perrita cojeando y le dijo a su dueña que el pastor era un lobo y que se había comido a las cabritas. La mujer cogió la escoba y se escondió detrás de la puerta. Cuando el lobo entró en la cocina le dio unos buenos golpes y, cuando estaba atontado, lo metió en un saco y lo ató. Luego se fue al pueblo a buscar a otros vecinos para que vinieran a pegarle una paliza al lobo.

Mientras la mujer estaba fuera, el lobo oyó que en la cocina había un gatito y le dijo

Ábreme el saco, gatito, y te daré chorizo

Y el gato, que estaba hambriento, le abrió el saco. El lobo, metió en el saco los cacharros de la cocina y volvió a atar el saco. Después se fue corriendo para que no le encontraran cuando volviesen todos.

Cuando la mujer volvió con varios hombres que traían unos garrotes muy grandes, les señaló el saco y les dijo

Darle una buena paliza, para que no vuelva a aparecer por el pueblo

Los hombres se dedicaron a dar garrotazos en el saco, que sonaba como a huesos rotos, hasta que la mujer les dijo

Parar ya que debe estar casi muerto y con todos los huesos rotos.

Cuál no sería su sorpresa cuando abrió el saco y vio todos sus cacharros destrozados. La pobre mujer se quedó sin cabras y sin cacharros.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Farol de aceite, palmatoria, candil de carburo.

Farol de aceite, palmatoria, candil de carburo.

(Seguramente, las cosas sucedieron casi tal como las recuerdo. De las sensaciones no tengo duda.)

Imágenes tomadas de: colorearjunior.com, revistacomarcal.es, blogdetruman.blogspot.com, .

EGªCalzada
Autor: Emilio García de la Calzada