Jirones de Memoria XXVI – “Cinto” un ciclista autodidacta

Autor: FEDE GARCÍA 17 de Abril de 2021

Jacinto González Vega, Lembranzas, Villablino

Jacinto González Vega

…Ya, a finales de un nuevo mes de septiembre – 1965 -, empezaban a amarillear las faldas del Cuetonidio y la Debesa de La Muela. Alguna tormenta de fin de verano, causaba la espantada natural del personal – familias por lo general – que habían ido a pasar el domingo bajo el frescor de la aguas del Río con los bártulos de cocinar, asar y despabilar el estómago. Era un lujo, ver como grupo tras grupo, se desperdigaban por las veredas para converger en el Puente de Hierro. Puente que como una gran garrapata, se aferraba con ambas manos a las orillas del Río Sil, sobre un cauce remansado con una presa de temporada de no más de un metro de altura, toda ella levantada con cascajos redondos de rio de respetable volumen,  bien pulidos y ovalados, de color siempre claro y, sellados a base de pedazos de pella y terrones de barro más yerba recolectados en sus orillas.

Los latigazos de los relámpagos y sus posteriores truenos, más la lluvia derivada obligaban a guarecerse y cubrirse de mil formas con los medios a disposición de cada cuál: el saco de yute revuelto en forma de capucha; el jersey  de mangas al hombro revuelto como pasamontañas; algunas ramas verdes; el bicornio de papel… ambas manos, como último recurso… los más afortunados, el mantel de tela de cuadros verdes, o de hule – cubre suelos – …, y,  siempre todos en dirección noroeste, hacia las Colominas, para recogerse cuanto antes, y esperar a que la tormenta hubiese escampado…

Esos fines de semana de domingo, eran aprovechados por un futuro ciclista de los de “voluntad y esfuerzo” a prueba de escépticos.

Se trataba de Jacinto González Vega – hermano de Isabel González Vega – que un par de años antes, había sido enviado desde Jaén-ciudad, por su madre: Jacinta Vega Oviedo, al cumplir diecisiete años, para ser acogido en casa de Pedrosa “El Barrenista”.

Al cumplir los dieciocho años: Fue admitido en la M.S.P., con la categoría de Ayudante  “Guaje”, en el Transversal, empezando a trabajar, fuera de la mina…Sus primeros libramientos fueron para adquirir una bicicleta de segunda mano, que le servía para acudir todos los días a Orallo, después de ser trasladado al mismo, por la M.S.P: en viaje de ida y vuelta.

Por razones que desconozco, se trataba con José López Rodríguez: “Pepín” el de Villager…creo que, en los entrenamientos del mismo previos a los carreras y competiciones de verano por las carreteras locales, o se encontraban, o se acompañaban…Lo cierto es que se conocían y se trataban, e, incluso, en alguna carrera local de las fiestas el 15 de Agosto,  en Villablino, habían competido con un balance frustrante para mi tío: Jacinto – hermano de Isabel “La Andaluza”: No quedó el primero, ni el último. Un derrapazo a tiempo – no se sabe, si por la arenilla en la curva, o por velocidad excesiva, dio con sus costillas en el suelo, llegando a la meta fuera de tiempo, magullado, descompuesto y con la bicicleta en la mano, más dos costillas lastimadas y, por supuesto, sin trofeo.

Lo cierto, es que “Jacinto”, debía de acudir a las carreras en Ponferrada, León, etc., previamente, una o dos horas antes del cierre de la posta de control de las mismas, tras haber recorrido los 100, ó, los 60 kilómetros que hubiera de distancia, cargado con la mochila de tubulares, equipo de remiendos, herramientas adecuadas, ropa seca, menaje al uso y viandas reconstituyentes suficientes. “Jacinto”, no disponía de equipo, ni de preparador, ni de medios para acudir el día anterior a la competición, a fin de descansar y llegar al punto de inscripción, en fresco y listo para competir en similares condiciones, con los demás.

El acceso a las competiciones, siempre fue, tras un precalentamiento de 60, ó, 100 kilómetros, cargado a lo “Romano”, y, si, como en ocasiones, sucedía, llovía durante el trayecto, no había excusa alguna para no competir: Incluía la mojadura en la competición, porque se le había humedecido la ropa de repuesto: Una camiseta de algodón – cosida por Isabel – recortada de un lienzo usado de rayas y, un calzón- también de algodón al uso –

“Jacinto”, “Jacintillo”, para su hermana, nunca desistió, ni se presentó jamás en casa desfallecido, a pesar, de que la vuelta a “Las Colominas”, debía de volver a pedalear sin descanso de nuevo – otros 60, ó, 100 Kilómetros más de sobre-prima especial.

Siempre volvió a casa, con algún triunfo. En algún caso, con el segundo premio, y, en varias ocasiones con el tercero, más los caramelos para sus sobrinos: Fede, Isa, Luli, Monchi, Juana…

Sus competiciones siempre fueron en desigualdad manifiesta y total frente a sus compañeros de carrera. Su moral a prueba de derrotas, si se puede considerar una derrota, competir, tras haber empleado parte de sus energías en necesidades logísticas a pedalazo limpio, tanto de ida, como de vuelta, porque además, en la madrugada siguiente, tenía que reanudar el trabajo a primera hora en “Orallo”…

Nunca perdió la ilusión de ser un gran ciclista, aunque las circunstancias le fueran casi siempre adversas: Su vuelta a casa, cansado y en condiciones lamentables, tras el esfuerzo hecho, por triplicado, suponía, una ducha previa de urgencia, cambio de ropa, cena en común con sus sobrinos, más, el relato posterior obligado de los problemas que había tenido que superar a la ida, durante la carrera y, a la vuelta, sentado en una banqueta delante de la cocina de carbón, con los pies al lado del horno con la puerta abierta, para recuperar la movilidad, contando, mientras tanto, detalladamente ante el corro expectante, sus fabulosas experiencias.

La habitación que ocupaba y habitaba “Jacintillo” en “Las Colominas” número 42 – primero-derecha, era una habitación/taller, sin mayores pretensiones: Tubulares, instrumentos varios, cambios “Campanolo”, material de mantenimiento, linimentos para las piernas “Sloam”, de aroma hiriente, parches, adhesivos varios, algunos triunfos de sus competiciones – pocos – pero, muy importantes.

Al lado de “Jacintillo”, permanecía su sobrino y Alter Ego: “Fede –El Rubiajo”, que, en sus entrenamientos de domingo y algunas tardes propicias, reloj en mano, tomaba tiempos y calculaba velocidades, en la cuesta/subida de tierra, desde el camino al “Molinón”, a la carretera asfaltada a la Plaza de Villablino, pasando por el Chigre de la Cuesta…El ánimo, nunca decayó y, los cálculos en tiempos de Reloj Festina, absolutamente discrecionales, tampoco.

“Jacinto”, quedó exento del Servicio Militar – “La Mili” – . Ni le tallaron, ni le convocaron a las levas oportunas, dado que era hijo menor de viuda.

Tras pedir la baja en la M.S.P., empleó el tiempo, en desplazarse a San Sebastián, donde residía su, también, hermana: Margarita González Vega y dos sobrinos de su edad: Bartolo y Francisco.  Lo hizo a pedalazo limpio. Permaneció, no demasiado tiempo con su hermana y sobrinos. Sí, el suficiente, para conocer y recorrer a fondo las curvas y cuestas del “Jaizkibel”. También codearse con figuras del ciclismo de la época, como, por ejemplo: el Rubio de Lekeitio: Patxi  Gabica, fallecido hace no demasiado tiempo y, ganador por cierto, de alguna vuelta a España.

“Jacinto”, volvió a “Las Colominas”. Creo, que se reincorporó de nuevo, por poco tiempo a la M.S.P., para, en la primavera siguiente, preparar el salto definitivo a Barcelona, en una expedición de resultados inciertos e imprevisibles. Una buena mañana, macuto y tubulares cruzados en la espalda, inició la larga marcha hacia un futuro indescifrable, llevándola a cabo a cabo en etapas extenuantes, por carreteras, locales y nacionales de los años cincuenta/sesenta, sobre una bicicleta-tuneada, que de “carreras” no le quedaba casi nada, pero sí era, lo suficientemente robusta, para soportar varios cientos de kilómetros a máximo rendimiento, con el peligro presente siempre de acabar en alguna cuneta solitaria arrumbado y derrengado, en cualquier momento.

Equipaje mínimo, mochila de supervivencia, licencia de ciclista “Amateur” de la Federación local ¿Ponferrada, ó, León…? Y, pedaladas al por mayor…sin controles anti-doping…no eran necesarios… Ese viaje- de ¿Travesía del Desierto al Futuro, sobre todo en los tramos de Los Monegros en Zaragoza y Huesca…?, en una bicicleta-patera, es un ejemplo más de una realidad social y humana lamentable de un País, todavía sumido en las tinieblas de unas décadas innombrables.

Ya en Barcelona, “Cinto”, de nuevo, reanudó su “Leitmotiv”: El CICLISMO.  Nunca ejerció como profesional, ni por cuenta ajena. Nunca tuvo equipo, ni padrinos, ni Firmas que le avalaran, ni sponsors de oportunidad… Debió de trabajar por cuenta ajena, desarrollando toda su vida laboral, en “MUEBLES LA FABRICA”.

Semana tras semana, día tras día, previa limpieza, engrase y mantenimiento de sus varias bicicletas preparadas por él mismo, entrenaba, 100, ó, 150 kilómetros, para poder competir en toda clase competiciones ciclistas locales – alguna: la Vuelta a Catalunya – hasta incluso, después de su jubilación: Las vitrinas de la habitación de los Trofeos, en su domicilio en Barcelona, están repletas de los mismos, con dedicaciones grabadas al efecto. Nunca los he contado. Me parecía indigno hacerlo… por respeto al esfuerzo, la voluntad, la dedicación y la convicción de un joven ex – minero de Laciana, que, pedalada a pedalada, consiguió 200… 300 trofeos, que brillan en unas repisas en silencio, sin más reconocimiento, que los recuerdos de “Cinto”, y de, éste, que firma el “XXV Jirón” en homenaje necesario a un Ciclista-Autodidacta en el país de las vanidades.

Jacinto González Vega

Jacinto González Vega

Post Data.

Por cierto, a no olvidar que en varias ocasiones, se encontraron en Barcelona y Mallorca: “Pepin” y “Cinto”, en los menesteres derivados de sus actividades y aficiones.

Autor: Fede García González

Pepín y Peguín (ciclistas lacianiegos)

Pepín (José López Rodríguez) en 1964 – Ángel “Peguín”, de pie segundo por la izquierda.

Raro era el día que no me hacía varios kilómetros a lomos de la bicicleta de Correos por aquel plano inclinado sin fin que era Villablino. Cualquier trayecto que escogiera ponía a prueba piernas, pulmones y corazón, pero nada que ver con dos cuestas que exigían estar muy en forma. La peor era la cuesta de la estación, de no más de trescientos metros, con un piso de piedra descarnado por las lluvias que bajaban rápido debido a la pendiente y que me costó varios intentos conseguir llegar arriba sin echar pie a tierra. Tan duro era que haciendo gala de una gran insensatez, más de una vez me atreví a subirla como había visto a otros enganchado a la caja de algún camión cargado de carbón, con las ruedas de la bici rebotando en la cuneta y el corazón en un puño. La otra cuesta emblemática era la que terminaba en la plaza del pueblo, más corta pero más intensa, que yo iniciaba embalándome desde el estanco y que casi siempre terminaba coronando con la última pedalada que era capaz de dar sin tener que echar pie a tierra. Me encantaba andar en bici y recuerdo como miraba con envidia el paso de Pepín, el ciclista de Villager, hasta que desaparecía en la curva en que terminaba el tramo de carretera donde hacíamos el recreo los alumnos de la Academia Carrasconte. Debía tener unos cuatro o cinco años más que yo y envidiaba su suerte. Kilómetros y kilómetros de carretera hasta La Magdalena y vuelta por Babia, mientras yo tendría que vérmelas con el Latín o la maldita Geografía. En alguna ocasión en que se paraba para saludar a alguien cerca de donde yo estaba, miraba su bicicleta con envidia. Nada que ver con «mi» bicicleta de Correos. Tenía cambio, radios derechos y resplandecientes, pedales con rastrales y ruedas finas como un dedo que ni hacían ruido al pasar a tu lado. Aunque lo mejor de todo era que no llevaba ningún cartel diciendo «Correos«. Pepín era de cara ancha, morritos generosos y mandíbula fuerte de tanto apretar los dientes subiendo las cuestas, pero lo que más llamaba la atención eran sus piernas musculadas. Creo que su única ocupación era prepararse para ser ciclista profesional y participaba en carreras de las fiestas de los pueblos de Laciana y en otras de fuera del valle. No era el único de por allí que veíamos participar en las carreras de las fiestas. Su rival local Peguín, tenía un tallercito de bicicletas en San Miguel en el punto en que el camino que atravesaba La Veiga llegaba a la carretera. Era frecuente verle trabajar en la misma calle y solo las operaciones más complejas como centrar las ruedas más escoñadas las hacía en su interior. Mientras él reparaba nuestros estropicios, Pepín devoraba kilómetros cultivando su masa muscular y su carácter ganador. No sé si Peguín también reparaba la bicicleta a Pepín o eso estaba fuera de lugar por ser enemigos irreconciliables. Peguín, a pesar de que yo no le vi nunca entrenar, también participaba en las carreras de por allí, siendo manifiesto el duelo por ganar que se establecía entre los dos y que provocaba en los aficionados una clara división en dos bandos. Recuerdo una carrera en la que había que dar varias vueltas al circuito que iba de la plaza de Villablino a San Miguel, bajaban no sé si hasta el El Cruce o la estación y subían hasta la plaza, que era el lugar en el que a mí me gustaba ponerme para ver como subían la cuesta que a mí tanto esfuerzo me costaba. Pepín, que había subido y bajado innumerables veces los puertos de La Magdalena, Leitariegos y Somiedo, subía con la cabeza metida en la cruz del manillar, reconcentrado pero con elegancia y como si el esfuerzo que hacía estuviera aún lejos de su límite. Detrás llegaba Peguín, con una bicicleta que probablemente se había fabricado con retales de otras bicis, que subía más con el corazón que con las piernas, sacudiendo la bicicleta hacía los lados como queriendo ayudar con los brazos a lo que no llegaban las piernas. Era un esfuerzo extremo que no le permitía acercarse a su rival, que parecía que hacía el esfuerzo justo. Pepín tenía un estilo depurado de horas y horas de carretera y Peguín tenía las hechuras de las muchas horas pasadas arreglando bicicletas. Puede que me traicione la memoria, pero creo recordar que se apoyaba con la mitad del pie en los pedales sin rastrales, como los que yo consideraba que andaban mal en bicicleta. Yo no podía evitar la admiración por uno y la simpatía por el esfuerzo sobrehumano del otro. Vuelta tras vuelta, la distancia con Pepín aumentaba y veíamos a Peguín subir a la plaza cada vez con más alma y menos fuerza. Al día siguiente Pepín descansaría o haría una salida suave de relajamiento, mientras Peguín se aguantaría las agujetas arreglando bicicletas durante todo el día, rumiando la nueva derrota y jurándose que sería la última. Pepín siguió mejorando sus condiciones de ciclista y participó y ganó algunas vueltas a Asturias. Era el héroe local y se seguían sus éxitos como si fueran de todos nosotros. Era normal que unos cuantos de por allí se desplazasen a Cangas de Narcea, donde solía terminar una etapa, para aplaudirle y jalearle. Una vez que me fui de Villablino, seguí con atención su participación y éxitos en la Vuelta, juegos olímpicos e incluso en algún Tour. De Peguín no he vuelto a saber más, ni si siguió corriendo cuando se quedó sin rival, una vez que Pepín dejó de participar en las carreras locales. Pero seguro que ha seguido contribuyendo a prolongar la vida de las bicicletas de por allí. Siempre que he visto correr y ganar al Chava Jiménez, irremediablemente me he acordado del coraje y maneras de Peguín. Pasados los cuarenta volví a recuperar mi afición por la bicicleta y en las cuestas más duras de la sierra pobre de Madrid, cuando la tentación de parar estaba a punto de vencerme, me he acordado del esforzado Peguín y con un estilo no mejor que el suyo, he llegado arriba como un tío. Como él mismo.

Fin de etapa de la Vuelta a Asturias en Cangas de Narcea. Desde la izquierda, Serapio, Tilo, el autor Emilio García de la Calzada, otro y Ferreras.

Varios lacianiegos siguiendo el fin de etapa de la Vuelta a Asturias en Cangas de Narcea, en la que participaba Pepín López Rodríguez. Desde la izquierda, Serapio, Tilo, el autor Emilio García de la Calzada, otro y Ferreira.

(Seguramente, las cosas sucedieron casi tal como las recuerdo. De las sensaciones no tengo duda.)

Imagen de Pepín tomada de marca.com. Fotografía de Peguín gentileza de Luis Álvarez Pérez.

EGªCalzada
Autor: Emilio García de la Calzada