Horacio, el pescadero (adelantado de la mar Cantábrica)

Vendedor de pescado, de Miguel Jaume y Bosch

En Villablino, tal como correspondía a una zona ganadera y tan de tierra adentro, había alguna carnicería y ninguna pescadería. Solo los pescadores que se acercaban a los cauces limpios por encima de Villaseca o a los de Omaña, podían certificar que también era tierra de pescado. Eso sí, de agua dulce, las deliciosas truchas que solían acabar en las mesas de los restaurantes. Esto no quiere decir que en las casas no se comiera pescado de verdad, del de agua salada. Horacio el pescadero, se encargaba de que en Villablino y San Miguel se pudiera cocinar casi cualquier pescado al uso en grandes capitales y zonas costeras. Era un hombre de talla mediana, fornido, tocado con una gorra de hule oscuro que podía ser de marinero o maquinista, parecida a la de Humphrey Bogart en «Tener o no tener«, menos estilosa pero más utilitaria, que calentaba su cabeza y le protegía de la lluvia. Hundida hasta las cejas, tal parecía que él salía de la gorra, como si le estuviera dando a luz. Calzaba botas de goma todo el año y se le podía ver en mangas de camisa incluso en los días más fríos o en plena nevada. No expendía su mercancía en un establecimiento tradicional, pues decidió ser pescadero ambulante y su negocio se soportaba en un carrito de dos ruedas, igual a los que solían usarse como remolque en las bicicletas, una romana para pesar el pescado y la caja registradora en forma de bolso de cuero que llevaba al cinto. Y sus pulmones, que daban soporte a un vozarrón con el que anunciaba su oferta de cada día, «pescadiiilla, palomeeeta, chichaaarro,...», por las calles del pueblo de lunes a viernes, salvo si la nevada había impedido que llegara el tren correo de Ponferrada. Era difícil imaginar las peripecias que a diario pasaban los pescados que vendía Horacio, desde su embalaje en algún puerto gallego hasta que los veíamos llegar en un par de cajas en la motocarro de Ferreras, entremezcladas con las sacas del correo y los periódicos de Pepín Vaquero. El caso es que, finalmente, allí estaban todos los días las cajas, hechas con tablas muy finas y atadas con alambres, que contenían un amplio muestrario de peces, moluscos y algún marisco, envueltos en helechos y trozos de hielo que les daban aspecto de recién pescados. Con su manaza, pues era manco por algún motivo que creo no llegué a conocer, despedazaba las tablas que formaban la tapa de las cajas y las arrojaba al lado de la pared de Correos, junto con los helechos sobrantes. A veces los chavales usábamos los trozos de tabla abandonados por Horacio para hacernos paletas para jugar a la pelota, tan poco rígidas que obligaban a empujar la pelota más que a golpearla. Si sobre los helechos encontrábamos algún trozo de hielo, lo frotábamos con las manos hasta que perdía el sabor a pescado y nos lo metíamos en la boca como si de un polo se tratara. No había acabado Horacio de colocar las cajas de pescado en su remolque y disponer la mercancía de la forma más atractiva posible, cuando varias mujeres del barrio, avisadas por el pistoneo de la moto de Ferreras, ya hacían corrillo preguntándole el precio de cada cosa. A todas las contestaba con alguna gracieta o picardía que, por sus años de sicólogo callejero, sabía que gustaban a las mujeres, para hacerles más corta la espera mientras él atendía a la primera de la fila. Sujetaba la corredera de la romana con el muñón y con la mano llenaba de sardinas o palometas el plato de pesar. Luego cogía la romana con la mano y con el muñón corría el pilón hasta equilibrar el peso, momento en que lo sujetaba todo con la barbilla y echaba mano al plato con el pescado, que volcaba en cucuruchos de papel gris previamente preparados. La mujer le pagaba con un billete arrugado que él metía en su caja riñonera, donde rebuscaba el cambio de pesetas rubias y perras gordas y chicas. Una vez terminada la primera parada de Correos, subía calle arriba empujando su remolque y voceando su mercancía «almeeejas, besuuugos, jureeeles,...». Cuando yo iba para la Academia Carrasconte, ya me lo encontraba a la altura del estanco, intentando meter con su única mano un pulpo que se resistía a quedarse quieto en el plato de la romana. Llegado a la plaza del pueblo y despachadas sus clientas de por allí, iniciaba su ruta comercial hacía San Miguel, con el cuerpo echado hacía atrás y afirmándose en los adoquines con sus botas de goma, para contrarrestar el empuje del remolque que se deslizaba cuesta abajo. Iba ya con prisa, pues el reguerillo que dejaba el remolque en la carretera indicaba que el hielo ya no aguantaba más. En una época en que aún no se había inventado el ultra congelado, ninguno de nosotros habríamos disfrutado de los fritos de palometa, del besugo al horno o de las patatas con almejas y otras exquisiteces marinas, si Horacio el pescadero peripatético no hubiera montado su negocio de pescadería ambulante. Mientras en la región la mayor parte de la gente vivía de sacar el carbón, que cientos de miles de años atrás había sido helechos, y que se usaba mayormente para calentarse o producir energía, el pescado de Horacio nos llegaba primorosamente envuelto en frescas hojas de helecho gallego. Según y cómo, los helechos eran capaces de generar calor o frescura. Paradojas.

(Seguramente, las cosas sucedieron casi tal como las recuerdo. De las sensaciones no tengo duda.)

Imagen tomada de: unmardepintura.blogspot.com

EGªCalzada
Autor: Emilio García de la Calzada

10 pensamientos en “Horacio, el pescadero (adelantado de la mar Cantábrica)

  1. Creo que has conseguido el nivel de cuasiperfeccion en la narración de relatos cortos ya que las estas clavando todas últimamente. Pero la cosa decae cuando los ves incorrectamente configurados por la falta de puntos y aparte.

  2. ¡¡¡Genial Emilio¡¡¡¡ Perfecta la descripción de Horacio. Gracias a ti, parece que lo estoy viendo.
    Una duda: Creo que si había una pescadería, ¿Riesco puede ser…?, bajando la cuesta de la plaza, enfrente
    del estanco de tere. me gustaría que me lo confirmaras o desmintieras.
    Gregorio.

    • Gregorio, cuando escribí esto, en mi recuerdo la tienda que citas la tenía por carnicería, pero podría ser como tu dices. Yo tengo mucho más fresco las sensaciones que los detalles que a veces tengo que rellenar. Y, a veces, los agujeros de memoria son tremendos: aunque le dediqué algunos ratos, me fue imposible recordar donde estaban las escuelas pues mi memoria no llegaba más allá del cine viejo. Fueron mis hermanos quienes me lo recordaron. Sin embargo, la imagen de Horacio y sus maniobras con el pescado las tengo tan frescas como su pescado.

      Un saludo.

      • Hola Emilio. Al comentar con mi mujer, que es mas o menos de nuestra edad….y de Orallo, me comenta que había otras dos carnicerías:
        – Una, que llamaban la Toresana, ¿ te acuerdas de lo buena moza que era?, que estaba en un soportal que hacía la casa donde vivía Costa, la profe de la Academia.
        – Otra, en S. Miguel, de Chuso. Tenía la carnicería al lado del Bar la Mina.
        Relacionado con el tema, seguro que recuerdas a aquel pescadero-pequeño, enjuto y con una mala ost…que iba con el pescado para Villaseca, con un mcho o mulo. El mal jerol le venía de que vacilábamos mucho con él. Siento no acordarme del nombre. A lo mejor hay alguien que lo recuerde.
        Te reitero mi agradecimiento por hecernos recordar los mejores años vividos en Villablino.

      • Gregorio, con tus precisiones observo con preocupación que mi memoria está trufada de agujeros. De la profesora Costa no he conseguido recordar que asignatura daba. No dudo que la carnicera estuviese como dices, pero si recuerdo como moza sugerente a Tere la del estanco que ocupó las ensoñaciones adolescentes de más de uno de nosotros.

        Tampoco recuerdo nada del pescadero de Villaseca y deberia, pues por lo que dices daba materia para un post.

        Está claro que la memoria es muy selectiva.

  3. Quiero decir pescaderías………………………… no carnicerías.Por cierto que bajando la cuesta de la plaza si había una carnicería, la de ¿Boto….?.

  4. Hola Emilio.
    Soy Pili, no sé, puede que no nos hayamos visto en más de 45 años. Muchas gracias por haberte decidido a compartir tus recuerdos con todos. Has logrado rememorar aquellos años en los que incluso con dificultades todo era bonito y fácil,o ahora lo parece.
    Muchas veces he recordado a tú familia y especialmente a Loly. Mándale un abrazo de mi parte.
    Has descrito a Horacio perfectamente. Lo estoy viendo.
    Si, que yo recuerde, en Villablino había dos pescaderias, «La Toresana» y «Riesco», en esta atendia su mujer Hortensia, que ha fallecido recientemente con 101 años. El pescadero que llevaba el pescado a Villaseca se llamaba Ramiro.
    Un abrazo – Pili –

    • Hola, Pili. Me alegra oirte y que lo que escribo te provoque recuerdos. No se si habrás leído el post «Piel de gamusino» donde hablo de como dependíamos de tus cromos. Efectivamente, era una época en que todo parecía sencillo yo creo que porque aún éramos bastante inocentes.
      Le pasaré tu correo a Loli. Saluda de mi parte a Javier. Un abrazo.

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