La tía María (pero….¿qué vida es esta?)

Tía María.

Tía María.

María del Rosario de la Calzada González, tía María, fue la tercera de los hijos de mis abuelos maternos y parece que un día dijo: ¡Ya no aro más! Aro de arar la tierra. No sé si se refería a gobernar la rectitud y profundidad del surco, bien asida a la mancera del arado romano con que se araba desde tiempo inmemorial en aquellas tierras pizarrosas de Omaña donde se sembraba el centeno, o quien controlaba el arado era el abuelo y ella hacía de lazarillo de su padre marcando el camino delante de la pareja de vacas que tiraban del arado con tal esfuerzo que les obligaba a tensionar el cuello y llevar el morro adelantado. Sé muy bien la frustración y aburrimiento que producía ir delante de las vacas durante las horas que el abuelo, impasible, volteaba la tierra en apretados surcos antes de la siembra (ver Guerra al escarabajo).

¡Ya no aro más! Frase concisa y rotunda que seguro era el trasunto de una larga reflexión y que materializaba una decisión que no tenía vuelta atrás. Era la expresión de su voluntad firme de buscar un rumbo nuevo para aquella extensa familia que aun trabajando de sol a sol estaba condenada a vivir con estrecheces. Así vivía toda la familia, así lo habían hecho sus abuelos y todos sus antepasados durante siglos y lo mismo pasaría con todos los hermanos y sus descendientes. O peor porque el patrimonio de los padres, que a duras penas daba para vivir todos juntos, en unos años habría que repartirlo entre los diez hijos y, entonces, ¿cómo se iban a arreglar? Pues seguro que muy mal. Era la familia más numerosa del pueblo y no le cabía en la cabeza que cada tierra y cada prado, ya de dimensión escasa, terminara dividido en diez trozos inservibles.

Durante mucho tiempo se creyó que la Tierra era plana y también que ocupaba el centro del universo. Alguien tuvo que poner en duda aquellas creencias pseudo religiosas para que todo cambiase. A tía María, seguramente la de más carácter de todos los hermanos, le tocó preguntarse repetidas veces ¿qué tipo de vida es esta?, ¿cuántas generaciones tendrán que pasar para salir de esto? ¿hasta cuándo seguiremos esclavos de nosotros mismos? Y un buen día se oyó respondiéndose a sí misma ¡Ya no aro más! Había que poner remedio a aquel contradiós.

No sé cómo comunicaría a los abuelos (seguro que lo hizo sin merma alguna del respeto debido a sus padres que siempre observé) su decisión de abandonar la vida ancestral, de romper con la tradición campesina familiar, ni cómo fue su salida de Sosas del Cumbral, de donde probablemente no se había ausentado nunca, para comenzar una nueva vida en León capital.

Sin poder establecer un orden cronológico preciso, sé que trabajó en la gasolinera de San Marcos que era de Paco y Bernardino, hermanos de su madre, que estudió enfermería en Valladolid, que fue enfermera durante la guerra por la zona de La Robla (acabada la guerra regresó temporalmente a Sosas con un perro que le habían regalado y que atendía por Trosky o Lenin o algo parecido). También trabajó en la Fiscalía de Tasas, no sé si antes, después o en medio.

Lo que sí es seguro que desde León pilotó el desembarco en la capital del resto de hermanos según se narra en El vaciamiento de Omaña. Los primeros tuvieron que malvivir en pensiones o casas de gente conocida o medio parientes, hasta que tía María pudo alquilar el piso familiar de la calle Ramiro Valbuena que inicialmente tuvieron que compartir con algún huésped para poder costear la vida en la capital de los hermanos que no paraban de llegar del pueblo. Algunos hermanos estudiaron en colegios de frailes dentro y fuera de León, lo que no suponía escapar del control firme de tía María. Cuando tío Emilio estudiaba Medicina en Madrid pasó una etapa algo distraído de los estudios que resolvió tía María con una visita que debió ser muy convincente pues no hubo más despistes. No era un afán de control sin más, se trataba de asegurar que no se desperdiciaba ni un ápice del esfuerzo que estaban haciendo los abuelos y ese era el empeño de tía María supervisando todo y a todos con mano férrea y que no sé si siempre fue entendido así por los “vigilados”.

En la misma calle abrieron una tiendecita de mercería donde también se recogían puntos a las medias, no sé si con la intención de dar ocupación a alguno de los hermanos venidos del pueblo o por influencia del pasado de cantineros y negociantes de sus abuelos paternos en Posada o los maternos en Sosas del Cumbral y Vegarienza. El negocio fue tan raquítico que cerró al poco y su padre, el abuelo Emilio que con su exiguo sueldo de maestro de Sosas del Cumbral tenía que sustentar a la familia que aún quedaba en el pueblo y además financiar aquella aventura comercial, lamentaba el mal negocio emprendido diciendo “si hubiéramos puesto una sombrerería, los niños habrían comenzado a nacer sin cabeza”. Probablemente quería enfriar cualquier otra veleidad empresarial porque lo suyo siempre había sido desborricar chavales en el pueblo y destripar terrones con el arado y pensaba que los hijos tendrían que ir paso a paso, como así fue bajo la dirección estricta de la tía María, y no convertirse de la noche a la mañana en empresarios igual que sus tíos Paco y Bernardino que debieron contar con la importante ayuda de su padre, el bisabuelo Bernardino, un negociante avezado. Él solo era un pobre maestro, pluriempleado como campesino en tierras de poco dar.

Quizá lo de la tiendecita fue el único tropezón de tía María en el extenso plan de transformación de una familia campesina en trabajadores por cuenta ajena. Con todo, su opinión era tenida muy en cuenta y constituía una fuente de autoridad. Tras lo que decían los abuelos, valía la opinión de la tía María. Recuerdo que cuando en la familia se estaba a punto de tomar una decisión importante ya fuera a nivel familiar o que afectaba a alguno de los hermanos, se esperaba con impaciencia y quizá con cierta preocupación del involucrado a que tía María opinase y, casi casi, sentenciase.

Cuando pasábamos por León recuerdo el trajín que había en aquella casa, unos ya trabajando, otros estudiando, alguno expectante y otros de paso. A veces revoloteaba por allí una amiga y compañera de trabajo de tía María, creo que se llamaba María Luisa, alegre y risueña que junto con la tía María representaban un estilo diferente por su indumentaria nada pueblerina, labios pintados, cierta soltura en el caminar y los ademanes y un desenvolvimiento que no me parecían de la familia. No sé si reflejaban una cierta modernidad que empezaba a despuntar en el país o la pura actitud de mujeres con expectativas de encontrar pareja, cosa que no recuerdo sucediera nunca, y que desde luego a mí me parecía bastante alejada de la discreción en el atuendo y el deseo de pasar desapercibidos que caracterizaba al resto de la familia. Quizá fuera que la tía María, aun compartiendo el sentimiento religioso común a toda la familia no lo había llevado al extremo de estar por encima de todo pensando en la salvación del alma y mantenía un sano equilibrio entre el quehacer terrenal y los asuntos de la religión.

Cuando todo estuvo organizado, pues todos los hermanos menos tía Milce estaban fuera del pueblo trabajando o estudiando, vivió unos cuantos años en Brasil trabajando como enfermera sin dejar por ello de estar pendiente de lo que sucedía en España. Desde allí dio cierta cobertura a tío Pepe cuando a su vez decidió emigrar, impaciente por no encontrar plaza de veterinario en León, primero a Brasil y luego a Perú. Recuerdo que cuando María regresó, además de un deje mezcla de omañés y carioca, trajo como regalo figuritas de madera y artículos de cuero que tenían grabado a fuego la leyenda “Lembrança do Campos do Jordao”. Aunque reconozco que no era difícil adivinarlo, tardé tiempo en entender que Lembrança quería decir recuerdo y ahí se me quedó grabado. En 2012 cuando comencé a publicar mis recuerdos en este blog, decidí tomar esta sonora palabra como título.

Ya en España retomó su trabajo de enfermera llegando a ser jefa de enfermeras en la residencia de León y era frecuente oírle contar alguna anécdota. Recuerdo una que me pareció muy graciosa de la época en que la gente emigraba a Alemania para trabajar y unos médicos alemanes les reconocían antes de viajar. Uno que iba a auscultar a una mujer le dijo “Descúbrase, señora” y ella ni corta no perezosa se quedó en pelotas pero con el bolso en la mano cogido firmemente. Alarmado, el médico le dijo “Pero, señora, a dónde va usted”, a lo que la mujer, eufórica, le respondió “A Alemania, doctor, a Alemania”. Abundaban las risas cada vez que las mujeres de la familia oían contar esta historia.

Su temperamento decidido debió reforzarse por toda una vida mandando y organizando dentro y fuera de la familia. No sé sí de ahí le venía el tono seguro y algo autoritario de su voz que yo percibía con resonancias metálicas, aunque desde luego era una mujer afable, de risa fácil, siempre dispuesta a ayudar y de buen trato, pero sin perder el control de la situación en ningún momento.

Salvo tía Milce que permaneció junto a sus padres hasta agotar la etapa campesina de la familia que venía de siglos, el resto de los hermanos orientó su vida lejos de las tierras y del ganado. La salida de los hermanos de Sosas del Cumbral transmutó a nueve pueblerinos en tres maestras, una enfermera, un médico, un veterinario, un técnico de Correos y un facultativo de Minas. Menos mi madre que no ejerció nunca de maestra, todos los demás se ganaron la vida con sus profesiones y ni ellos ni sus descendientes volvieron al pueblo salvo de vacaciones. El desgaje del pueblo iniciado por tía María fue drástico y si hubo algún arrepentido o nostálgico, no tuvo el valor de volver al terruño. Allí estaban todas las fincas del abuelo esperando que alguien mirara para ellas, pero hay caminos sin retorno. Algunos nietos y biznietos vieron por primera vez una vaca de verdad en vacaciones, como si se tratase de una especie en extinción. Lo que realmente se había extinguido era una forma de vida que permanecía casi sin cambios desde antes de la Edad Media. Un estilo de vida que se esfumó en una sola generación. Y de este cambio drástico tía María no tuvo la culpa, solo fue el detonante, con su ¡Ya no aro más!, y conductora del proceso que también se produjo en infinidad de familias de Omaña y en todo el país. Seguro que en Omaña otras personas dijeron frases igual de rotundas que el ¡Ya no aro más! de la tía María.

Casi tres generaciones después es difícil afirmar que aquel proceso de emancipación del campo, seguramente inevitable, fue acertado al cien por cien. Es cierto que se accedió a una vida menos esclava, más llevadera y durante unos cuantos años parecía que iba a ser un camino de progreso sin fin. Pero en lo que llevamos de siglo veintiuno el mundo del trabajo se ha emputecido de tal manera, que algunos biznietos de aquellos campesinos que emigraron a la ciudad tienen unos empleos tan precarios y tan dependientes de decisiones empresariales que nada tienen que ver con cómo desempeñan su trabajo, que quizá alguno prefiriera la vida de sus tatarabuelos en la aldea, esclavos de los animales y pendientes de la meteorología pero llevando una vida digna y autónoma. Aunque no sé si habría sitio para tantos.

Lo he pensado muchas veces y me hubiera gustado hablar con la tía María (no sé por qué siempre llego tarde a preguntar) de esta consecuencia indeseada de la emigración familiar que ella lideró y si, sabiéndolo, su ¡Ya no aro más! hubiera sido tan rotundo. ¿O tan solo fue que andar delante de las vacas durante horas, la trastornó mucho como a mí me sucedía?

Tía Maria con uniforme de enfermera.

Tía María con uniforme de enfermera.

(Seguramente, las cosas sucedieron casi tal como las recuerdo. De las sensaciones no tengo duda.)

EGªCalzada
Autor: Emilio García de la Calzada

4 pensamientos en “La tía María (pero….¿qué vida es esta?)

  1. Fiel retrato de muchas familias y sus descendientes. El mio no llega a tanto, si que tuve ocasión de estudiar, pero… me vine a Valladolid con una idea, en FASA se pagaban buenos salarios. Luego más tarde te das cuenta de que «en el país de los ciegos el tuerto es el rey». Mi paso por el Instituto Laboral de Villablino me enseñó algunas cosas prácticas que, en una boyante industria metalúrgica, tenían su aplicación, valga como ejemplo saber medir con un pie de rey o con un micrómetro. A partir de ahí vi un camino abierto y con la implicación de mi esposa (¡tan jóvenes!), me metí en la Escuela de Maestría (que pena que las políticas formativas hayan terminado con aquellas posibilidades) a terminar lo que había colgado. Más tarde vi la necesidad del idioma francés y ¡a por el!. La vida te va enseñando y hay que aprovechar las oportunidades.
    Hoy, veo a los jóvenes o de mediana edad que, cargados de estudios, de títulos, pelean en unas oposiciones para auxiliares de la Administración, o que en la misma industria tienen que empezar casi como peones, porque el mercado no les deja otro lugar como no sea coger la maleta y buscarse la vida en otro país.
    En fin, las vueltas que da la historia,
    Un cordial saludo.

  2. Lo que sí me parece que tía María tenía » reaños » Le echó un par de…narices y eso hizo cambiar el mundo de entonces. Mejor. Peor. No lo sé, pero lo cambió (junto a mucha gente como ella). En la actualidad haría falta gente como ella,con capacidad de echar un paso adelante con la intención de cambiar la nueva situación que no es mejor de la de antes. Me ha gustado mucho. Un saludo.

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